Comentarios literarios

 

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El sábado 27 de noviembre publicamos en esta sección:

Vademécum para una sinfonía de pasos bereber, lo que nos dijo

el Lic. César Gonzalo Mejía Lozano al presentar el último libro

"El Caballo Peruano de paso" de Guillermo Alfonso Bazán Becerra,

ahora, como un 'toma y dame' literario, presentamos los que nos dijo

Guillermo Alfonso Bazán Becerra al presentar el libro de poesía

"Pétalos litografiados" de Cesar Gonzalo Mejía Lozano. / jcpa.

 

PÉTALOS LITOGRAFIADOS - CÉSAR MEJÍA

Guillermo Bazán Becerra

Christophe Clavé, profesor destacado de Gestión y Estrategia en la Universidad de París, en su libro "Los caminos de la estrategia" demuestra que la humanidad está retrocediendo en cociente intelectual e inteligencia. Con él, un especialista en inteligencia artificial anuncia que los humanos ya no se comunicarán con palabras sino con iconos; retornarán los ideogramas rupestres. En el periodismo y hasta en boletines académicos ya no saben usar más que un tiempo verbal, el Pretérito perfecto para todo uso y ocasión, con lo que el mensaje ya no es preciso (sólo usan ha dicho, ha respondido, ha aceptado, ha preguntado, ha pintado, ha conseguido), aunque se refiera a situaciones ya pasadas y finalizadas, que deberían usar dijo, pintó, etc. ¡Ya se olvidaron que la línea de tiempo avanza… y lo que hacen es ensancharla a los lados!

Ese defecto, como mancha de aceite, se extiende y la población ya no tiene idea de los tiempos verbales. Se limitan al pensamiento elemental, como si todo fuera presente. ¡Tienen horror–terror al pensamiento complejo, a la elaboración abstracta, a la lectura de libros que requieren algún esfuerzo del lector! En la lectura y su comprensión hoy rige el mínimo esfuerzo.

Relacionemos eso a la evolución del coeficiente intelectual: se consideraba que cada generación humana sería más inteligente que la que le precedió. Eso se afirmó el año 2007, porque estadísticamente pareció ser verdad inconmovible. Pero al empezar la revolución digital se produjo el salto al vacío. Hasta el hablar fue reemplazado por la tecnología y muchísimos son incapaces de entablar un diálogo simple, incluso anímicamente tienen que recurrir al licor o a otra droga para poder "soltarse". Los documentales y archivos multimedia de todo tipo reemplazan al estudio e investigación en libros y otras fuentes, así hay quienes ya pueden considerarse sabios sin tener que haberse "quemado las pestañas" estudiando con esfuerzo. Y lucen su cartelito de "influencers", cuando en su gran mayoría ni siquiera pueden fundamentar por escrito una idea, que no leyeron un libro y hasta lo declaran con desparpajo. Les basta y les sobra con su iphone de alta gama y última generación y hasta lo lucen como joya, sin darse cuenta que esa es la herramienta del ocio, la que mata el tiempo, si no la usan positivamente. Para enamorar ya no lo hacen con palabras apropiadas sino les basta un intrascendente selfie o la secuencia de un perreo... ¿Es anecdótico o decadente?

Cada vez la humanidad es menos inteligente y con menos conocimiento; buen número ya está en el nivel más básico y sigue hundiéndose. Para gran número, elaborar una abstracción compleja o describir sus emociones es como exigirle que hable en sánscrito. Les falta vocabulario y conexión de ideas, comparaciones, etc.

Hasta fines de los años noventa el coeficiente intelectual medio de la población mundial aumentó y desde entonces está disminuyendo, a la par del empobrecimiento del lenguaje. Para esas generaciones es un idioma interplanetario presentarles sutilezas lingüísticas, el doble sentido, juegos de palabras, leer entre líneas, entender las ironías, descifrar las parábolas o refranes y, peor todavía, si deben asimilar un mensaje poético, como el de esta noche. En lo que sobresalen es en los gritos, insultos, vulgaridades y expresiones lumpen. Rechazan las reglas y dificultades, por pequeñas que parezcan. Así como en su radicalismo piden eliminar a jueces, policía y cárceles, otros ya reclaman eliminar la educación, los títulos universitarios y demás odiosas diferenciaciones. Gritan "todos somos humanos, basta de exclusiones y de académicos”: son quienes alimentan a la candente lava volcánica destructiva.

Buscan simplificar todo para eliminar el esfuerzo. ¡Muerte a la ortografía, la sintaxis, los acentos, mayúsculas, signos de puntuación! ¡Qué matemática ni qué ocho cuartos: que todo sea binario! –cero y uno.

Sobre eso, el políticamente impuesto y manipulado lenguaje inclusivo empeora la situación y espanta, con sus retahílas innecesarias. Luego ha de venir la imposición de consignas y lemas. El afán de las transnacionales y potencias es que el humano, ya inutilizada su memoria RAM, anulados su disco duro y conector para procesador quede simple cascarón andante que produzca y solamente sepa dos palabras: comprar y obedecer.

Supongo que más de uno se estaba preguntando qué tenían que ver estos siete párrafos anteriores con el libro de César Mejía Lozano. El asunto es que me preocupa lo que pase en pocos años más: obras como ésta, con tanta belleza poética, pueden convertirse pronto en piezas de museo si no hacemos que las nuevas generaciones hablen, lean y escriban, si no hacemos que practiquen el lenguaje en sus más diversas formas, aunque les parezca complicado, y esto va incluso para profesores porque buen porcentaje de ellos no lee ni entiende, por falta de vocación. Seamos constructores no destructores de la mente humana.

A César Gonzalo Mejía Lozano, maduro poeta, fértil narrador, incansable promotor cultural de prestigio internacional, maestro de auténtica vocación y psicólogo con enorme espíritu de servicio, hay que resaltarlo como poeta de muchísima sensibilidad pues convierte escenas comunes o instantes aparentemente casi intrascendentes en versos donde el sentimiento fino, el amor, la fidelidad y la añoranza se han tejido en filigrana admirable. Esos versos no son para leerlos al apuro; esos versos reclaman a sus lectores tener abierto el corazón, expuesto sin ningún escudo a que las espinas de la vida le dejen marcas o que queden clavadas para siempre y desde allí florezcan. El poeta y cada verso suyo son peldaños hacia el templo de vivencias ajenas.

La poesía y la narrativa de César –de este sencillo y humilde en su grandeza, no de aquel su tocayo, el de las dos piedras– estira sus manos para tocar nuestro pecho y palpar si late o hierve por lo que las difíciles jornadas le dejaron o para entregarnos unas poñas o chamiza para que aprendamos a encender el fogoncito propio y allí abrigar sus mensajes y hacernos más humanos.

¿Por qué el título de Pétalos litografiados? Dibujar o escribir en la piedra puede ser sencillo, porque lo hacemos en forma directa y nuestros ojos ven al derecho los trazos; pero si los necesitamos litografiados hay que escribir o dibujar a la inversa, pues la siguiente fase es imprimir eso en tela o papel. Y si se trata de pétalos... sabiendo que es tanta la fragilidad de éstos, ¿cómo podríamos impregnar su anverso o reverso en la piedra, siendo ella dura? ¿Cómo podría retener esa imagen y volcarla en impresión, cuando pretendamos que la sustancia colorante sólo se impregne en el espíritu que los pétalos dejaron en la base pétrea? Yo no sé, pero me atrevo a pensar que César conoce algún secreto para transmitir a la piedra, con características de relieve, no sólo la superficie de los pétalos sino también su color, su aroma y hasta el significado inmanente... ¡Seguro que el secreto está en el corazón del poeta, cuyo fuego traspasa a cada pétalo y transporta su esencia dejándola como altorrelieve en la piedra!

Este libro ya estaba listo para ser presentado el año 2020, pero la fríamente calculada alteración artificial del virus de Wuhan fue lanzado al mundo y trastocó la vida humana, empezando el nuevo orden mundial, que muchos todavía no logran comprender. César retomó ese paso y hoy se concreta con la valiosa presencia de cada uno de ustedes.

Hasta antes de la pandemia mis proyectos eran a largo plazo, porque la vida parecía más probable; ahora son de corto plazo, porque no puedo pronosticar qué será del mañana. Lo bueno de esta situación es que al releer Pétalos Litografiados lo hice desde esas perspectivas que nos da el saber que estamos junto a los celajes de la tarde, próximos a la noche y a su silencio sin fin.

Jesús nos entregó lo más valioso que podíamos recibir. Así, creo, debemos acoger lo que los poetas dan y, cuando lo hacen, no miremos su rostro ni su apariencia externa, sino que tratemos de escuchar que su intención nos dice: Les entrego en humilde ofrenda lo que en mi corazón y sentimiento tiene mucho valor; que esto les ayude a caminar hacia el mañana siendo mejores, amando más y perdonando sin condición a quienes les hirieron. Hagan esto en recuerdo mío.

César, en efecto, dedica esta obra a los árboles de su infancia –porque supo mirarlos desde su inocencia–, a las letras –que terminó dominando para transmitir su arte– y a la música de los riachuelos, que la mayoría de adultos son incapaces de captar porque están abstraídos en la bulla y el tráfago del mundo intrascendente.

Siete secciones, capítulos o partes integran este libro: Pétalos, como blancas alas de papel, Pétalos amarillentos de injusticia, Pétalos de amor y desamor, Pétalos en la piel de la historia, Tiempo de podar los pétalos, Pétalos que guarda el corazón y Pétalos vestidos de eternidad. En un excelente prólogo, la poeta chilena Olga Toro Muñoz, nos descorre con verdadera ternura muchos de los tules que como cortinas guardan la intimidad de las vivencias que el autor disfrutó en su avanzar de vida, desde esa niñez en que enraízan tan fácilmente los besos del hogar, de la naturaleza, de los sueños, los besos de quienes ya no están pero siguen presentes, hasta las penas siguen besándole los ojos cada vez que tiene que mirar hacia dentro; pero también, con dolor de desengaño, renueva el estrago que lastima cuando comprueba que la ambición y la sinrazón humana no aprende las lecciones y sigue dañando a diestra y siniestra a este hogar terráqueo y a los seres que completaban su sentido y han sido eliminados sin compasión.

Los poemas que están en esta canasta, como apetecibles frutos, no son tan frescos como parece, porque fueron volcados allí hace tiempo, esperando pacientes la hora de brindarlos en banquete de almas, porque los cuerpos solos no sabrían qué hacer con ellos, a sabiendas que están destinados para los que en verdad están vivos, como lo dijo con certeza el poeta colombiano Antonio Muñoz Feijoo: "No son muertos los que en dulce calma / la paz disfrutan de la tumba fría; / muertos son los que tienen muerta el alma / ¡y viven todavía!" No todos, pues, podrán saborear el verdadero y total mensaje de la poesía de César Mejía Lozano, porque algunos se van a limitar a coger un pétalo acomodándolo a su limitado modo de pensar político, ecológico, sociológico, familiar, psicológico o incluso académico; pero esta poesía, para quedarnos con una visión completa del autor, hay que asimilarla por completo –todos los pétalos, no unos cuantos–, pues no haciéndolo así el creador queda convertido en una simple caricatura incompleta y no aprovecharíamos todo aquello que él se ha empeñado en dejarnos como lecciones de vida para elevarnos un poco más del nivel en que estamos. Notemos que en la grandeza de su humildad afirma que "se atreve" a publicarlos, como si fueran indebidos al mundo. A renglón seguido, sin embargo, luce parte de su riqueza interior, cuando dice "doy fe que cada persona que se cruzó en mi camino me dejó sin querer parte de sus penas y cargó con parte de las mías y, sin saberlo también, se llevó un trozo de mis sueños y me dejó un trozo de los suyos", incluyendo en esa referencia a la naturaleza.

César es feliz al imaginar su lecho final y lo canta a todo corazón, como un aria a la que se entreteje la riqueza infinita de las notas de la más perfecta sinfónica que toca a la vida: "¡Qué dicha la mía: morir abrazado a la tierra! / sepultado de horizontes infinitos / bajo dos metros de libros palpitantes." ¿Cómo cantar mejor la enorme vocación de quien ha nacido para sembrar de buena poesía no solamente las pampas y laderas sino cada centímetro de los caminos solitarios por donde andamos los extraviados? Él nos pide ser cuerdos, pero, ¿cómo serlo si en la locura y efervescencia juvenil desperdiciamos y perdimos las piezas de ese rompecabezas...? ¿Cómo ser cuerdos, si de maduros nos pesa mucho lo que no supimos o quisimos hacer de bien para los demás? La cordura es veleidosa y ciega y bailarina, como un amor primero que llega, apuñala y se escapa fugaz...

Si hablamos de tristeza, este poeta lo enlaza a un pan olvidado: ni el hambre enraizado llegó a tocar su puerta. La soledad y ausencia le ha robado todo eco, entonces es cuando lo que más pesa es la ausencia de la madre amorosa, la que arropó los días, la que abrigó las horas, la que le dio sentido a ese llegar a la casa para saciar nuestra hambre con su amada presencia. Ni la presencia efímera de Tocho, el querido hermano protector, será suficiente para llenar vacíos... porque él tampoco está; apenas están escondidas sus varitas mágicas, en algún rincón secreto, y han perdido su magia porque el polvo las cubrió pues deben ser manejadas al mismo tiempo y eso ya no es posible. ¡Ah, tristeza y soledad, cómo van creciendo, aunque no llueva!

Aprovechemos la ocasión que nos abre su casa. Entremos al patio y tratemos de entender lo que cada maceta retuvo del ayer, cuando allí había risas, alegría y optimismo. La sociedad moderna lo asfixió poco a poco, el consumismo y las ambiciones sin tope envenenaron lo que fue quedando de positivo. Ni el sol del mediodía abriga hoy ese espacio, sólo el poeta resiste para escribir allí lo que debe quedarse impregnado en sus paredes, antes que insensibles de turno lo conviertan en simple local comercial, antro de licores degradantes o en escombros donde vaguen las sombras y acaso donde nunca vuelva a haber paz. Y no ha sido, no es y no será raro ver que donde fue escenario feliz, con luna de miel e hijos anhelados, se convierta después en reflejo de aquellos lugares donde los explotados claman para saciar su hambre, para obtener justicia, para integrarse a todos y juntos hacer el futuro en hermandad solidaria.

El autor siente como pocos las ausencias, motivándonos a mirar con él sus despedidas: "Los que parten de mi alma / se van sin irse. / Se quedan en las veredas de mi infancia / habitan en mis ojos ciegos de nostalgia / danzan en mis manos / de aprendiz de alfarero / y batiendo las alas del tiempo /se pierden en los misterios / de mi sangre."

Amar de verdad es cohibirse por temor al desaire. Lo dice César. Es dejar nuestras huellas parecidas a las "que deja el frío al final del invierno". Nilton César, el amigo adolescente era testigo incluso de los adoquines que el platónico enamorado de 3° le invitaba a la de 5°. Los calculados 5 segundos no pudieron darse y ella partió a su propio silencio... pero ese amor primero no se fue, y sigue clavado varias décadas después. ¡Qué hermosa manera de volcarlo en testimonio poético! Y en otro poema clava la estocada: "En mis ojos, tu mirada cumple cadena perpetua / y en el otoño de mi piel, / tu recuerdo es una angostísima calle / por donde transita la noche."

Y sus poemas no se concretan a presentar su danza en versos. No, también en párrafos completos, con la misma calidad de masa con que horneó los primeros. Lo demuestra al declararle a todas las mujeres que cree en ellas, igual que cree en su madre, en su abuela, en su esposa, en sus hijas, porque ellas lo acercan a Dios. Y refuerza su confianza de muchos modos más, para aprender de él.

Y nos pide a todos que cuando muera no lo busquemos en donde están los cadáveres sino en sus versos, en sus obras, donde seguirá dando pasos para acompañar a quienes desean su cercanía.

César Mejía no puede callar en dolor poético esas horas felices con sus padres y abuelos –¡cómo conseguir eso si los poetas llevamos clavados como garfios aquello que supo llegarnos al mismo corazón y ahí sigue con permanente edad de almácigo!– Aquí me hizo recordar al inmortal Mañuco Ibáñez Rosazza, cuando sin acompañarse de guitarra nos canta su melodía de la ventana al fondo de la casa y esa empecinada montaña de su infancia y adolescencia.

Pero no solamente sabe escribir del infinito amor y su añoranza, también lo hace –aunque con ternura de anciano ciego– las posibles razones que tuvo para odiar y arrasar con todo, hasta que una rosa blanca se recostó en su "corazón parchado" y... allí enraizó.

¿Y qué pasa cuando este autor busca las partes de su cuerpo –manos, pies, ojos, tórax, corazón– y sólo halla la presencia de los dolores que lo hirieron? ¿Cuánto pesa la múltiple orfandad?

¿Qué son para él las cruces coronando "sepulturas hermosas"? Son una "retahíla de lágrimas", como "viejas gaviotas" que aún siguen volando de vez en cuando.

Los poetas, a fin de cuentas, están encarnados en pétalos cuya vida siempre resulta corta. No lo olvidemos. Si a algo tenemos que aferrarnos no es a seguir existiendo en este mundo sino a sembrar aquello que otros seguirán viendo o en lo que tropezarán, aunque no quieran.

Cuando el cuerpo de los poetas se esfuma –los verdaderos poetas, digo, con sentimiento pleno– precisan, si alguien los quiso, que haya quien siga transmitiendo la herencia que ellos dejaron. Mientras vivan, por supuesto, cada uno irá limando las asperezas que rasparon su piel por la soberbia y el ego, el sarcasmo, el falso cristianismo y la intención de matar cuando elige a la víctima usando los ojos, en cuyo caso basta dejarlo voluntariamente ciego. A veces, hay que decirlo, el enemigo de los poetas que sienten... está dentro de sí, y él ni lo sospecha. Eh, allí, la explicación de por qué muchos poetas y artistas se suicidan.

Nos habla del partir, con ese tono en que se reza una oración; convencido y en paz. Lo único que queda de su humanidad, en ese instante, es el deseo de "calmar el llanto de" su "niño interior" y tener tiempo de "devolver los abrazos", "recoger... las sonrisas de los niños" y contemplar con ansia los ojos y los labios de la que tanto ama.

Menciona con nombres y apellidos a quienes, ya muertos, siguen con significado importante por lo bueno que tuvieron en vida. Homenaje sencillo y justo, solidario e íntegro. Como él, el fiel querendón poeta César Mejía Lozano se detiene de manera especial en aquella mujer –la tía Lushi–que desde niña se integró a la familia, como ese personaje que muchos hemos tenido para llevarnos a la espalda, para cobijarnos cuando precisábamos de cariño extra; siempre fieles y humildes, cuyo cariño no deja de extrañarse.

Los poetas idos, después de compartir jornadas que siempre resultan pocas, son también pétalos que han sido tronchados sin que pudiéramos retenerlos.

La última habitación de esta residencia a la que ingresamos es aquella que guarda los versos que escondió entre las frazadas familiares, aquellas que guardan mejor la tibieza de las horas felices, dedicados a quienes le dejaron de herencia la sangre, los apellidos, el sentimiento, el amor incondicional, las travesuras perdonadas, las horas extras de ternura, las golosinas escondidas como premios por nada sino solamente por cariño infinito, la presencia permanente por sobre todos los calendarios y las estaciones en el jardín del alma, la música que nos fue modelando aún sin que supiéramos a qué hondura llegaría o cuál era su significado. Es que un poeta como éste, a uno de cuyos libros le abro la puerta vestido de invisible esmoquin, porque se lo merece, puso a hornear lo que se precisa para darnos el pan del alma, y así como el sigue llorando de pena por quienes murieron, nos enseña a que sepamos llorar "empapados de gratitud" a los que guían nuestros pasos. Supo aprender algo de eso gracias a Juanjo y nosotros también sabremos verlo cuando nos crucemos con otros como él.

Por último, para quien escondió su memoria, César Mejía Lozano nos enseña a cultivar pacientemente la ternura que fuera necesaria para saber hacer sentir bien a la luz que se apagó en los oídos y ojos inexpresivos, a pesar que supieron acariciarnos desde lejos y lloraron o rieron cuando partíamos o cuando nos acercábamos...

¿Quieren vivir mejor lo que les queda? Lean este libro y otros que se le parezcan.

Gracias.

Cajamarca, 2 de setiembre 2021

 Cajamarca, 27 de noviembre 2021.

 

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