Día del Clarinero

 

 

 

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HOMENAJE AL CLARINERO DE CAJAMARCA EN SU DIA

Pocho Manzanedo

Con humildad y cariño, comparto este cuento, como homenaje al Clarinero de Cajamarca, personaje esforzado por mantener nuestra cultura e identidad cajamarquina a través de los tiempos, como también agradecer a las personas gestoras y promotoras que aman nuestro folclor y a través de su apoyo tratan de mantener y fortalecer esta costumbre ancestral.

El Clarinero de Cajamarca

En las alturas serenas de Cajamarca, donde los vientos del Ande susurran secretos antiguos, vivía un hombre cuyo corazón latía al ritmo de su clarín. Su nombre era Don Manuel, pero para los habitantes de los pueblos andinos, él era simplemente "El Clarinero".

Don Manuel había nacido en el pequeño pueblo de Chetilla, un lugar donde las montañas parecen tocar el cielo y las noches están llenas de estrellas. Desde niño, su vida estuvo rodeada de melodías. Su padre, un clarinero también, le enseñó a sentir la música en el alma y a dejar que su clarín hablara por él.

Cada mañana, el sonido del clarín de Don Manuel se entrelazaba con el canto de los gallos y el murmullo de los arroyos. No había fiesta, feria o celebración en la región donde no se dejaba escuchar su música. Los habitantes de los pueblos cercanos esperaban con ansias cada evento, sabiendo que la presencia de Don Manuel haría de cada momento algo inolvidable.

Una de las fiestas más importantes de la región era la "Fiesta de Santa María Magdalena", celebrada en el distrito de Magdalena. Año tras año, Don Manuel viajaba a pie desde Chetilla, sorteando los difíciles y angostos caminos, para participar en esta festividad. Su llegada era anunciada por el dulce y potente sonido de su clarín, que resonaba por las montañas y avisaba a todos que la fiesta estaba a punto de comenzar.

En una de estas fiestas, Don Manuel conoció a una joven llamada María. Ella era hija del alcalde del pueblo y su belleza solo era superada por su bondad. María quedó cautivada por la música de Don Manuel, sintiendo que cada nota tocaba lo más profundo de su ser. Los días de fiesta pasaron entre danzas, procesiones y melodías, y entre Don Manuel y María nació un amor puro y sincero.

El clarín de Don Manuel no solo era un instrumento, sino un puente que unía corazones. En cada festividad, su música traía alegría, consuelo y esperanza. Durante las cosechas, su clarín animaba a los campesinos; en las ceremonias religiosas, sus notas elevaban plegarias al cielo; en los momentos de tristeza, su música era un bálsamo que aliviaba el dolor.

El tiempo pasó, y Don Manuel y María formaron una familia. Tuvieron tres hijos, a quienes Don Manuel enseñó el arte del clarín. Los niños heredaron no solo el talento musical de su padre, sino también su amor por la cultura y las tradiciones cajamarquinas.

Un año, una terrible sequía azotó la región. Las cosechas se perdieron y la tristeza invadió los corazones de los habitantes. Don Manuel, sintiendo el dolor de su pueblo, decidió tocar su clarín en la plaza del pueblo. Durante días, su música resonó, llenando de esperanza a todos. Finalmente, la lluvia llegó, y con ella, la promesa de una nueva cosecha. Los habitantes agradecieron a Don Manuel, reconociendo el poder de su música para invocar la bondad de la naturaleza.

Con los años, la fama de Don Manuel se extendió más allá de las montañas de Cajamarca. Su clarín se convirtió en símbolo de unidad y tradición. En cada rincón de la región, su música era conocida y amada. Los ancianos contaban historias de su talento y los jóvenes soñaban con seguir sus pasos.

Don Manuel vivió una vida plena, rodeado del amor de su familia y del aprecio de su pueblo. En su lecho de muerte, rodeado por sus hijos y nietos, pidió que tocaran su clarín una última vez. Al son de su música, cerró los ojos, sabiendo que su legado viviría en las melodías que seguirían resonando por las montañas de Cajamarca.

Hoy, en cada fiesta costumbrista, en cada celebración y en cada momento de unión, se escucha el eco del clarín de Don Manuel. Su música, llena de sentimiento y amor, continúa siendo el alma de los pueblos andinos de Cajamarca. Y así, el clarinero de Chetilla sigue vivo en el corazón de su gente, recordándonos que, mientras haya una melodía que tocar, la esperanza y la tradición nunca morirán.

Con el amor más inmenso del universo

Pocho Manzanedo V.

 

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