Carnavales

 

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VERGÜENZAS Y PARODIAS

Daniel Santos Gil Jáuregui

Está claro que la norma que prohíbe las parodias carnavaleras no tendrá ningún efecto (una norma de esa laya no puede recortar derechos reconocidos incluso por normas supranacionales, como son los de opinión, crítica, creación artística), pero no deja de dar cuenta de la desubicación y obsecuencia de los funcionarios que la han aprobado, que alguna vergüenza propia o ajena evidencian tener ante lo que devela una parodia en carnavales, casi siempre cosas que los aludidos quisieran ocultar.

No tendrá ningún efecto.

Y el desfile del carnaval, como en otros lugares de la patria, agregará al colorido y la algarabía la sátira, la caricatura, la crítica mordaz, la denuncia parodiada de hechos y conductas que devalúan la función pública y malversan la expectativa ciudadana y los recursos públicos.

Es el carvanal, pues, ese alegre licenciamiento social en que se abren paso los irredentos, los irreverentes, los iconoclastas, también, en que no se nos pide permiso para echarnos un poco de agua, pintarnos la cara, endilgarnos unas coplas o hacernos una parodia, si es que somos merecedores de la impronta.

Puede haber excesos, es una manifestación social masiva. Si configuran ilícitos de ellos debe encargarse la autoridad competente.

Pero no se puede, por temor a los excesos y en función de la vergüenza funcionarial, poner limitaciones a sus razón de ser, a su esencia, traviesa, irreverente, incómoda.

El que no lo sabe gozar en toda se extensión, como el suscrito, tiene la oportunidad de quedarse en su casa, de verlo pasar, con el respeto que se merece.

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