EL CAMPESINO, SUSTENTÁCULO DE LA ALIMENTACIÓN SALUDABLE
Ir a Presentación Temas alusivos al Día del Campesino
Prof. Jacinto Luis CERNA CABRERA
Director del Consejo Académico
Academia Regional del Idioma Quechua Cajamarca
Aún permanecen impregnados con caracteres indelebles en mí aquellos días en que
asistiera a la escuela primaria. Todavía pasan por mi mente imágenes vivas de
cómo se ejecutaba el Calendario Cívico Escolar. Cada docente se hacía cargo de
dos o tres fechas cívicas durante todo el año, porque las fechas memorables eran
más que ellos. Tiempos ha se trabajaba, y se trabajaba mucho. Bien lo recuerdo;
pero lo que más viene a mi mente son aquellas dos fechas que, al parecer, no se
celebraban en un forma muy consciente. El “Día del Trabajo”, el 1° de Mayo, y el
“Día del Indio”, el 24 de Junio. Y se trata de dos fechas en las que se rinde
homenaje –en opinión de Eduardo Galeano– a los dos únicos
personajes que verdaderamente trabajan en esta Tierra. El poeta español Jorge
Manrique también corrobora la idea cuando dice: “Nuestras vidas son los ríos
/ que van a dar a la mar, / que es el morir; / allí van los señoríos / derechos
a se acabar / y consumir; allí los ríos caudales, / allí los otros medianos / y
más chicos, / y llegados, son iguales / los que viven por sus manos / y los
ricos.” No perdamos de vista lo que dice en la frase en negrita. Hay
gente que vive por manos ajenas (los poderosos) y otras gentes que viven por sus
propias manos. Este último caso se refiere, por cierto, a los pobres, es decir,
a los obreros y a los campesinos, personas que trabajan realmente. Otro excelso
poeta peruano, José Santos Chocano, refuerza estas ideas con sus versos: “Indio
que labras con fatiga / tierras que de otro dueño son: / ¿Ignoras tú que deben
ser tuyas / ser por tu sangre y tu sudor? / ¿Ignoras tú que audaz codicia
siglos atrás te las quitó? / ¿Ignoras tú que eres el amo? / – ¡Quién sabe,
señor!”
No podemos, empero, continuar con más poesías sugerentes, con más pétalos líricos cuando nos referirnos al hombre del campo. Debemos ir ya al punto real y concreto, como diría José Carlos Mariátegui, debemos ir al problema del indio. Al respecto, el Amauta dice: “Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a este como problema económico social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos –y a veces solo verbales– condenados a un absoluto descrédito. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los ‘gamonales’”.
“El término "gamonalismo" no designa solo una categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo no está representado solo por los gamonales propiamente dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. El indio alfabetizado se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone a! servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su raíz un mal del cual algunos se empeñan en no contemplar sino las expresiones episódicas o subsidiarias.”
En el prólogo de Tempestad en los Andes, de Valcárcel, vehemente y beligerante evangelio indigenista, Mariátegui explica así su punto de vista:
"La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de "occidentalización" material de la tierra quechua. No es la civilización, no es el alfabeto del blanco lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial? La consanguinidad del movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales es demasiado evidente para que precise documentarla. Yo he dicho ya que he llegado al entendimiento y a la valorización justa de lo indígena por la vía del socialismo. El caso de Valcárcel demuestra lo exacto de mi experiencia personal. Hombre de diversa formación intelectual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto género de sugestiones y estudios, Valcárcel resuelve políticamente su indigenismo en socialismo. En este libro nos dice, entre otras cosas, que ‘el proletariado indígena espera su Lenin.’ No sería diferente el lenguaje de un marxista.
La reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantenga en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla -esto es para adquirir realidad, corporeidad- necesita convertirse en reivindicación económica y política. El socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado.”
Como podemos apreciar, indio lo llamó el propio Mariátegui, aunque haya sido un error nominal desde la llegada de Cristóbal Colón a nuestras tierras. Así se lo ha llamado hasta finales de la década del sesenta. Hasta que llegó el General de División del Ejército Peruano, Juan Velasco Alvarado, el ocho de octubre de 1968. De inmediato, con la promulgación de la Ley Nº 19400 de la única y auténtica Reforma Agraria, el 24 de junio de 1969 –sin derramamiento de sangre– liquidaba las organizaciones de los hacendados: la Sociedad Nacional Agraria, la Asociación de Ganaderos y la Asociación de Productores de Arroz. Proverbiales eran las frases: “La tierra es de quien la trabaja” y “Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza.”
Felizmente, la primera y única vez en su vida, el campesino se sintió libre gracias a la obra redentora del hombre que pensó que “… en el Perú era necesario hacer una revolución desde arriba para que no estallara la revolución desde abajo…” Y no solo eso. Podríamos afirmar que con la expulsión de todo rastro extranjero empresarial capitalista del Perú –sin que esto signifique xenofobia alguna– se puede afirmar con categoría que los peruanos nos volvimos a sentir libres como en la época tawantinsuyana. Y la más grande liberación fue la del campesino, quien salió de su rol de siervo de las haciendas a ser dueño colectivo de las tierras en las SAIS, o en las cooperativas. Faltó tiempo para consolidar tan grande y admirable proyecto. La alevosía, que no ha faltado nunca en el Perú, pudo más. Así, Velasco pasó a la Eternidad como el gran caballero, honrado, libre y justiciero.
Aquellos honrosos siete años que duró, aproximadamente, el liderazgo de Velasco en el Perú constituyen uno de los momentos estelares más grandes de nuestra historia, junto con las culturas preincas e inca, la resistencia de manco Inca y Cahuide, las luchas por nuestra independencia, desde José Gabriel Condorcanqui, Francisco de Zela, Crespo y Castillo, Mateo Pumacahua y los hermanos Angulo, Aguilar y Ubalde, Mariano Melgar, José Olaya, Micaela Bastidas, María Pardo de Bellido, hasta las sucesivas acciones heroicas de don José de San Martín, Simón Bolívar y José Gálvez Egúsquiza, entre otros, que, como dice José Martí, quisieron lo que no debieron querer; buscaron con mucho afán y sin desmayo cerrar la tan gigantesca brecha de ignominia robo y expoliación que ha venido y viene sufriendo nuestra adolorida Patria.
Precisamente, a partir del Gobierno Revolucionario presidido por Juan Velasco Alvarado empieza a llamarse por su nombre al habitante y trabajador del campo. Surge por primera vez el vocablo “campesino.” A partir de aquella época se viene rememorando en el Calendario Cívico Escolar de todas las instituciones, públicas o privadas, el “Día del Campesino”. El hombre que trabaja en el campo para sustentar con su alimento a toda la humanidad tiene varias denominación, de acuerdo con la variación diatópica de idioma: en el Perú es campesino, en Venezuela, campusano, en Cuba, guajiro, en Rusia, mujik, y así sucesivamente; en casa circunscripción territorial tendrá un nombre distinto; pero lo que no puede variar es su innegable y benéfico rol en favor de las sociedades de todo el Perú y el mundo. Ese invencible trajinar por sembrar, cultivar y cosechar el alimento diario para ellos, para su familia y para las cada vez más grandes poblaciones del campo y la ciudad; ese afectuoso hábito de criar sus animales, sus plantas, su agua, su chacra misma y hasta el propio aire que respira él, sus animales y sus plantas. Eso es sabiduría; eso es amor a la humanidad, a la naturaleza, a la vida. Eso es ser grandes.
Ahora, cuando los campesinos se organizan en rondas, en comunidades, en asociaciones sociales y ojalá en organizaciones políticas para tener la capacidad de autogobernarse, es cuando necesitan nuestro mayor respaldo con miras a alcanzar una sociedad verdaderamente justa, libre, solidaria y democrática; en donde se cumpla el primer artículo de la Constitución Política del Perú que, a la letra dice: “La persona humana es el fin supremo de la sociedad y del Estado. Todos tienen la obligación de respetarla y protegerla.” Entonces, es la hora en que debemos rescatar esa amplia gama de nuestros saberes ancestrales tanto de la región chala, como andina y amazónica. Es hora de insertar en los nuevos currículos pedagógicos esa inconmensurable sabiduría campesina que por muchos siglos no solo ha sido ignorada, marginada, despreciada e invisible, sino que solo ha merecido acusaciones, persecuciones, encarcelamientos y muerte en innumerables e inmemorables ocasiones que los sobrevivientes han sabido tolerar y guardar en lo más hondo de su alma atormentada y silenciosa.
Hoy que han fracasado todos los modelos educativos, sociales, culturales, económicos y políticos aplicados a modo de ensayo en nuestra patria; hoy que nuestra población ha crecido en todas sus lacras sociales: analfabetismo, drogadicción, alcoholismo, prostitución, desnutrición, tuberculización, morbilidad y mortalidad materno infantiles, y hoy que cada vez se ahondan más los índices de desocupación, hambre, pobreza y miseria, digamos en voz alta, con Ángel Avendaño: “es hora de volver a la semilla. Hora de decir esto somos, esto hemos aprendido, esta es nuestra ciencia. Ha llegado la hora en que cada quien ocupe lo suyo: hora de mirar la tierra desde el surco… Es hora, no de reinventar o recuperar lo andino: a mostrarlo tal como es. A derrumbar la multitud de embustes premeditadamente levantados contra él. A reflexionar y madurar en la reflexión de su grandeza. A dejar que la suma de sus universos nos llenen nuevamente los ojos. ¿Cuántas palabras esenciales se aprenderían con lo andino? ¿Cuántas lógicas? ¡Cuántas voces más largas que todas las epistemologías griegas? ¿Cuánto conocimiento de la naturaleza, cuánta ciencia conjetural y verdadera? ¿Cuánta vida?”
No podemos olvidar que en el Tawantinsuyo no hubo haraganes, ladrones ni mentirosos; no hubo hambre, pobreza ni miseria. No hubo desocupación, ni alcoholismo ni drogadicción, esas lacras sociales que hoy arruinan a la humanidad, especialmente a los países desarrollados y a sus asistentes. Por otra parte, no debemos olvidar que en nuestras zonas rurales, nuestros niños trabajan desde muy tierna edad y, a la vez, estudian venciendo el sueño y el cansancio, y para ellos no está prohibido el trabajo infantil. Ellos tienen otras leyes idiosincrásicas, esas leyes que sus padres vienen cumpliendo desde sus ancestros. Ellos son antiguos trabajadores, y su destino es trabajar. No disponen, siquiera, de tiempo para jugar como los niños de la ciudad. Sobre ello, se les exige que aprueben la famosa Evaluación Censal de Estudiantes, ECE. Se les pide que sean competitivos, cuando en su hogar casi no hay ni un buen diccionario. Y más que todo se les plantea problemas y lecturas muy ajenos o distantes de su realidad. Jamás se les ha hablado en su dialecto, sino en la jerga que el profesor aprendió en su centro de formación profesional. Jamás se respetó, por último, su forma de hablar constituida por el sustrato de su lengua originaria, que el profesor ignora, penosamente. Por todo ello y mucho más, nuestra actitud frente a nuestro alter ego campesino debe ser de profunda reflexión y radical enmienda de todo ese camino torcido que hemos venido recorriendo desde nuestros hogares y desde nuestras escuelas. Tenemos que repensar el hecho de que a la clase campesina se le debe, de manera anónima y silenciosa, nuestra vida en unos casos y nuestra supervivencia en otros, cual transitorios habitantes del tan maltratado planeta Tierra. ¡Avante!
Cajamarca, 23 de junio de 2013.
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