CANTARES DE MUJER

¡JOSÉ ANTONIO!  ¡JOSÉ ANTONIO!

 

 

 

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Sólo me queda el goce de estar triste,

esa vana costumbre que me inclina al Sur,

a cierta puerta, a cierta esquina.

Jorge Luis Borges

 

 

 

 

 

 Socorro Barrantes

 

 Era particular, como somos todos los seres de la tierra. Era el pan calientito en la mesa humilde de su risa.  Tomaba el sol entre las manos, levantándose optimista, para cumplir las tareas de la  vida cotidiana, las que inventaba, mientras caminaba apurado a la  Universidad que tanto amó, desde que era estudiante, por largos años, graduándose de Ingeniero en Agronomía y a la par se graduó en la universidad del mundo, aprendiendo hacer de todo, para  hallarle solución a los problemas: gasfitería, electricidad, carpintería, sociología, antropología, técnicas, ciencias que hacen falta para una verdadera labor de Ingeniería agronómica.

Más que a los recursos de la tierra, supo entender la idiosincrasia de los que labran la tierra, la pecuaria, el medio ambiente.  Los trataba con amor, con amistad, entre sueños y realidades… Era un gran planeador estratégico, hacía soñar a los campesinos, a las campesinas,  a los barrios populares,  en la necesidad de  organizarse, fortaleciendo los clubes de madres,  comedores, consejos vecinales,   telares, las danzas de la UNC,  que llevó por aquí y por allá.   Entendía su pensamiento, su corazón, sus manos.  Era el amigo,  al que invitaban con las manos llenas de gratitud y de esperanza. El chanecito lo guardaba,  cerquita de su corazón para su Cholita.  Nada podía comer él, sin que guardase aunque sea un trocito de cuy, para ella.  Sabía lo mucho que  gustaba de estas carnecitas tan alimenticias y sabrosas.  Cecilia,  mujer de su vida plena, su orgullo, su armonía.  Llegaba cargado de  ocas, papas, choclos, yucas, frutas, cebada, trigo, semillas;  compartían,  los hombres y mujeres del campo, con el Ingeniero Pepe.  

Siempre halló tiempo para atenderlos.  Fue feliz caminando cerros altos, jalcas heladas, caminos de herradura, temples, barrios,  siguiendo el hilo del maíz morado, los sabores del mar.   Soñó tener una casita linda para que los hijos, nietos, la familia, los amigos,  gozaran  los meses de verano en el mar azul de su ternura callada y risueña.

            Cachivachero, como alguien más de la casa, lo que  no gustaba tanto a la familia. Se ponía contentísimo recibiendo libros, documentos, afiches,  y toda laya de cositas que algún día servirían para la vida cotidiana, para la historia de sus gentes.  Alambritos, maderas, cajas, infinidad de  cositas que nos hablan hoy de él.  A lo mejor éstas, aquellas, las otras  llenaban las soledades, respondían, tristezas,  las ausencias de su corazón. 

¡Ah, eso sí! tenía un geniecito pendejo y si se cruzaba con el mío, igual de pendejo, de la casa de Amalia Puga 216, salían chispas por las ventanas. Nadie es perfecto, mas, como dicen en estos casos, todo ser que se va a la “Gloria Eterna es “bueno”.   Dicho  no habido,  más,  creo que hay algo de razón.  Cuando vivenciamos  el tormento de  perder a un ser querido, desaparece lo malo, las deficiencias, las imperfecciones, para ver la magnitud de sus cosas buenas, que no alcanzamos a verlas, valorarlas, egoístamente, cuando estaba entre nosotros.   En este caso, su alma alegre, optimista, su buen humor ha de perdonar nuestra mala gracia, nuestros olvidos, nuestras ausencias en su corazón inmenso.   ¡JOSÉ ANTONIO, has de perdonarnos, te lo pedimos amigo, perdona nuestras deudas humanas! Llévate,   lo mejor de nosotros…

Agradecemos a  ese Dios, que aparentemente no escuchó las miles de oraciones, nuestro llanto, nuestro clamor… le damos gracias  por haberlo puesto entre nosotros, por haber compartido la vida en su intensidad de luz y de sombra.  Padre, que no tuvo reparos en  satisfacer, de la mejor manera, las necesidades de sus  hijos.  A ese abuelo, a ese Chochito,  amaron nietos propios y ajenos.  Las exquisitas encomiendas, un ejemplo de su ternura, entre  miles. Sabía llevarse con los niños, maestro  divertido.

 

 

Porque era divertido, con los amigos grandes y sobre todo con los nadies, con quienes compartía el canto  de  tristes,  pechadas,  la alegre fiesta de los días. 

Gracias JOSÉ ANTONIO ARMAS VÍA, tu vida fue ese vals precioso que nos acompañará siempre y si no podemos resarcir las cosas que te hicieron daño sin quererlo,  acepta nuestro llanto en tu ser  humilde, comprensivo, perdonador… Cuando te dábamos una palabra de cariño, nos ofrecías el universo, en un pancito, al sabor de tu alegría.  Tu vida COSE ANTONIO,  vals eterno,  perdurará por siempre, siempre, en nuestros aires, esos que te faltaron apartándote de nosotros, ahora son notas eternas que guardarán tu nombre, tu  alegría humilde, tu buen humor en el corazón primigenio de Cajamarca, de Cecilia,  Sandra, José Enrique, Natalí y de los hijos de sus hijos.

Cajamarca, 25 de mayo 2021.

 

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