Dentro de los misterios, el tiempo…
semblanza a don Alejandro Vélez Abanto
Andy Vélez
Dentro de los misterios, el tiempo se muestra como mágico velo que nos entrelaza, con cada vida a manera de hilo. Si tuvimos tiempo, estuvimos siempre tejidos.
El tiempo junto a mi padre, fue hermoso; Don Alejandro era muchos hombres, i todos luchaban entre sí por ser más adelantado que el otro, pero todos se encontraban siempre en la ternura de un niño. Desde ayer, ya me encontraba pensativo, recordando que como a las siete de la noche, del treinta i uno de mayo de dos mil dieciocho; me hallaba acariciándote la frente, no tenías ningún signo de agonía, nos miramos fijamente i notaba el brillo de tus ojos desvanecerse lentamente; recoger ese preciso instante, fue comprender el resumen de la película de tu vida, en donde todas tus miradas se acrisolaron a esa última.
De camino a mi casa, fui evocando tus estampas; allí estaba Don Alejandro Vélez, el gran compañero, que así mismo se decía tener una obligación de sangre e historia con su partido Aprista, desde que su padre Don Rosario Vélez Vargas, dio su vida por sus justas causas, en un intento por iniciar una insurrección del norte, tomando la comisaría de Cajamarca, hasta que un fusil le besó el pecho; con lo que, la historia aprista conoce como “la revolución del seis de enero de mil novecientos treinta i seis o la biografía de una gesta popular”; convirtiéndose, Don Alejo, desde esa tarde, en un huérfano, que abrazó para sí la mística de los días de su padre, creciendo un buen militante, buen orador, muy inteligente, valiente i con calidez humana para el servicio; así, por esas cualidades, con sonrisas caminaba al recordar que alguien me dijo “en Cajamarca podrán no conocer al cerro Santa Apolonia, pero conocen al gordo Vélez”.
Hoy primero de junio, como aquel de dos mil dieciocho, recuerdo que el aroma de la mañana no estaba tan junto a lo normal, i eso era, porque solo para mí, sentía que, sin explicar más, a pesar que el día despertó con colores, yo lo sentía en sepias. Una llamada de mi mamá Marcela, me confirmó lo que ya sentía, mi padre, terminó la invitación que tenía con su camino, i llegó a su meta.
El velo del tiempo, se curva i sus flecos, año a año nos recuerdan. Hoy uno de junio, te evoco viejo, buen esposo, padre, hermano, vecino, ciudadano ejemplar; hombre que supiste sentir lo que otros no sienten.
Cuando un joven te confesó que su sueño era ser torero, sin pensarlo más te pusiste a comprar un toro, traje de luces, i le organizaste un encuentro-, te pregunté, ¿por qué hiciste eso? Respondiste, -si alguien tiene un sueño, nosotros debemos propiciárselo, depende de ellos hacerlo, ese hombre ya va a cumplir cuarenta años de torero-.
Hubo la vez, que, caminando por una calle, entre tanta gente, viste a un joven triste, en el marco de su puerta, te acercaste, descubriste que tenía el corazón roto, había perdido a su madre i su hermano, allí inició una relación de buenos amigos; te pregunté, ¿por qué te le acercaste? -la gente ha perdido la visión de los que sufren, son advenedizos; cuando uno observa a alguien solo i su rostro te dice que sufre, uno está obligado a acercarse i ayudarlo-.
Fuiste gran hombre, como artista, llevaste el sentimiento de tu pueblo al mundo, te llevaste a tu Cajamarca a cada esquina; si hablaban de las costumbres i folklore de tu tierra, inmediatamente salía tu nombre.
Recuerdo que Carlos Castañeda, en su libro el lado activo del infinito, te retrata así, cambiándote el nombre a Armando:
<<La segunda persona con la cual don Juan pensaba que tenía que estar agradecido era con un niño de mi misma edad que conocí a los diez años. Se llamaba Armando Vélez. Tal como su nombre, era extremadamente elegante, tieso, en resumen, un niño viejo. Me gustaba porque era seguro en lo que hacía y a la vez muy amigable. Era alguien a quien no se lo podía intimidar fácilmente. Se metía a pelearse con cualquiera si era necesario y sin embargo no era para nada un bravucón.
(…) Me gustaba además el hecho de que era muy ingenioso y listo, a la vez que ambidiestro. Podía lanzar una piedra con la izquierda más lejos que con la derecha. Sabía de incontables juegos competitivos en los que, para mi desilusión, siempre me ganaba. Me ofrecía una especie de disculpa, diciéndome: «Si voy más lento y te dejo ganar, me vas a odiar. Lo verás como un insulto a tu hombría. Así es que esfuérzate más”. Debido a su comportamiento extremadamente digno, lo llamábamos «Señor Velez», pero el «Señor» se abreviaba a «Sho», una costumbre típica de la región de Sudamérica de dónde vengo.
(…) Lo que me importó por primera vez en mi vida, es que sentí el veneno de la envidia. Sho Vélez era la primera persona a quien había envidiado yo en toda mi vida. Él tenía alguien por quien dar la vida y me había comprobado que lo haría. Yo no tenía a nadie, y no había comprobado nada. De forma simbólica, le otorgué todos los laureles a Sho Vélez. Su triunfo era total. Yo me retiré. Ése era su pueblo, ésa era su gente, y él era el mejor de todos ellos. Cuando nos despedimos ese día, di voz a una banalidad que resultó ser la profunda verdad cuando dije: -Sé el rey de todos ellos, Sho Vélez. Eres el mejor. Nunca volví a hablar con él. A propósito, terminé con nuestra amistad. Sentía que era el único gesto con que podía demostrar cuán profundamente él me había afectado.>>
Hoy uno de junio, a los a los tres años de tu partida, no te siento ausente, la fragilidad no me ha venido, solo es un recuerdo vivo del tenerte siempre. ¡Hoy en la noche tomare un pisco sour que tanto te gustaba que te preparé i te diré con una sonrisa salud viejo!
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Cajamarca, 04 de junio 2021.