NO HUBO TIEMPO PARA UNA DESPEDIDA
Por: Jaime Abanto Padilla.
Santiago se parecía al pan de la tarde, era un hombre tierno que había vivido con un traje poético toda su vida. Se parecía a Einstein por su cabellera desordenada y larga y aunque no lo demostraba muy a menudo era un hombre feliz a su manera. Por muchos años fuimos amigos y aunque me doblaba en edad nunca permitió que lo trate de usted.
Con él aprendí que la vida era un camino que había que vivirlo día a día, cómplice de mis tristezas, muchas veces lloramos juntos cuando la noche había caído y lanzábamos versos al aire desde la soledad de mi balcón en el jirón Amalia Puga. Aún en las paredes de mi habitación cuelgan los afiches de sus eventos literarios. En los estantes silenciosos sus libros me miran con tristeza. Santiago era mi amigo y yo lo amaba con la fuerza que se ama a alguien muy querido.
Aunque tenía la habitación de un hotel concedida de por vida, a veces prefería amanecer narrando las historias de su vida. Era impecable y caballeroso, gustaba del café y el buen vino, pero también de cualquier elixir que fuera suficiente para hablar de las heridas que el alma a veces tiene y que nos persiguen para siempre.
Dibujaba aventuras al mirar las estrellas y seguía enamorado como cuando era un muchacho en las calles de Trujillo. Nunca estuvo lejos porque desde que nos conocimos llegó para quedarse y aunque a veces se ausentaba, el día menos pensado aparecía con su ligero equipaje y su infinita mirada.
La noche previa a su partida yo ya sabía que su estado de salud estaba deteriorado. No hubo tiempo para una despedida, se fue sin avisar como tantas otras veces lo había hecho. Era un poeta de carne y hueso, de aquellos que te hacen sentir que estás vivo y que hablan cataratas de tristeza con apenas unas líneas.
Santiago Aguilar era una marca registrada en la poesía. Amigo de todos y también del viento y la tristeza, amante de soledades y de andar ligero por la vida.
Se fue casi en silencio. Lo lloramos largamente y no pudimos quebrar la distancia, quedó pendiente la presentación de su último libro y nos dejó en una calle a la mitad de la vida. Llevaba a Dios tatuado en su alma. Me enseñó a no hundirme en la tristeza y alguna vez me dio un pañuelo para llorar cuando la pena me había vencido.
Voy a extrañarte más de lo que creía. Han pasado dos días y más recuerdo tu última partida. No sabía que de alguna forma era una despedida. No sé qué voy a decirle a esta pena que te busca en el fondo de mi alma y solo encuentra tu recuerdo sacando la lengua para igualarte a la foto de Einstein. Voy a extrañarte toda la vida…
Hazme un sitio, si acaso pronto volvemos a encontrarnos, para contarnos las cosas que nos perdimos como cuando nos quedábamos dormidos y al despertar empezábamos donde nos quedamos hablando de Vallejo o Whitman, de Imaña o de Socorro, como cuando tus ojos al oír su nombre de amor se iluminaban. Hasta pronto amigo. Vamos a encender una luz en el lugar que tú habitabas para que siempre nos alumbre tu palabra.
Cajamarca, 25 de enero 2023.