José Arturo

 

 N. R. Insertamos en esta sección el homenaje de Fransiles Gallardo, considerando que el Día del Padre es 'todo el tiempo'.

Cajamarca, 16 de Setiembre del 2010.

 

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José Arturo

 

VIII

  

Hemos llegado.

Estamos aquí, aferrados a un dolor sin fondo ni medida, ni frontera.

En medio de la amplia sala, una capilla ardiente alumbra un cajón negro con lunas transparentes.

Coronas de flores nos hablan de ausencias dolorosas y adioses eternos, de finales de vida y orfandades sin par. 

Empozado el dolor, se vuelca en arcadas sobre nuestros ojos.

Incrédulos miramos sus rostros serenos. Su cabello lacio blanquísimo y su mostacho cano recortado.

Su frente amplia, el cabello cenizo peinado en trenza, sus ojeras profundas. Un rosario entre sus manos.

Soledad.

Las palabras ausencia, orfandad, desamparo, abandono, solo, solito, soledad, huérfano, guachito, sin nadies, sin un perrito que te ladre; antes palabras huecas y sin sentido, ahora como abejas zumban en los oídos y retumban en nuestros corazones.

Hoy, más que nunca, tienen una dolorosa, cruel, irreverente y triste significación.

Soledad.

Unos brazos nos abrazan y nos consuelan.

Gentes vestidas de negro, llorando nos dicen “resignación cholo, así es la vida, Dios lo ha querido así, no sufrieron casi nada; la viejita un poquito nomás”.

- Sesenta y cinco años fue poco para tanta felicidad.

Tratamos de mirarlos, de reconocerlos, de saber quiénes son.

Sólo las lágrimas responden; fluyen solas, en correntadas.

Se desbarrancan como los puquios de la Pumapara, después de las lluvias.

Sentimos unos brazos hermanos que nos abrazan, nos vuelven a abrazar, nos llevan adentro. Nos abrazan, nos abrazamos, lloramos en silencio, abrazados, lloramos.

Soledad.

Nos cuentan que el viejo Joshua se murió a medianoche, hablando, hablando en el hospital de Wamanmarca: 

– Perdónenme si alguna vez cometí alguna mala acción, ustedes saben que todo lo hice de buena fe.

Nada hay que perdonarle, viejo Joshua.

Perdónenos usted, por no entenderlo muchas veces.

Así fueron todos los actos de su vida.

Una fe inquebrantable en todos los seres humanos, creyendo en cada poblador de la comarca y en su absoluta lealtad; apostando por ellos y por todos, siempre.

Aunque le pagaran mal o, lo que es peor, no le pagaran nunca.

raíz campesina mi padre y su ausencia,

llanques de cuero, sombrero de junco, cabello cano…

Se fue muriendo de a poquitos. Recostado sobre el pecho del Segismundo, apretando sus manos, pidiéndole que cuide de los demás hasta que llegue el mayor.

…alma noble, de roble, de nogal, espino...

Corazón de picaflor, de ruiseñor, de jilguero…

Es agosto, época de cosechas, moliendas y trillas.

El verano de La Playería sólo trae ventarrones que se llevan los techos de calamina de las casas viejas, mientras las oleadas de calor obligan a las siestas del mediodía.

Agosto no es época de lluvias. No llueve ni de casualidad, siquiera. Pero esa noche del doce de agosto llovió.

Dicen los regantes de los cañaverales, los insomnes caminantes y los noctámbulos bebedores de cañazo, que primero fue una chirapita, simple nomá, incrédulos se preguntaron –¿Tan pronto viniendo la invierno?-;  luego un golpe fuerte con gotas gruesas, como granizo hora  –¿Qué'stá pasando en estas tierras del Señor?-  y luego una lluvia calma y serena de casi una hora -¡Qué clima pa' más loco, que caray!-, diciendo.

Seguro viejo Joshua que es el buen Dios. El que está regando los polvorientos caminos por donde transitará sin ensuciarse los pies, hasta llegar delante de San Pedro.

- Siate olvidao sus llanquecitos, dejuro pué-, llorando.

Nos cuentan, nos dicen que mama Beca no pudo soportar tanta ausencia y soledad.

¿Por qué te has ido sin mí, Joshua?, llorándolo.  ¡No me dejes sufrir!, suplicándole. ¡Apiádate de mí!,  llamándolo. ¡Joshua, viejo Joshua, on tás; on ti'as ido!, pidiéndole que la llevara...  ¡Acuérdate que has sido mi primer amor, mi único amor!, extrañándolo. ¡No me dejes solita, Joshua; qui'ago aquí sin ti...!

Un día antes del santo del Segismundo, ochenta y ocho días después de que el viejo Joshua se marchara, mama Beca se dejó morir.

Se habían amado. Sólo apenas sesenta y cinco años de su existencia.

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